martes, 25 de noviembre de 2014

La leyenda - Leyenda del Palacio de los Villalones (plaza de Orive)

Una Leyenda es una narración oral o escrita, con una mayor o menor proporción de elementos imaginativos, que generalmente quiere hacerse pasar por verdadera ligada a un elemento de la realidad.
- Se transmite de generación en generación.
- Se ubica en un tiempo y lugar que resultan familiares a los miembros de una comunidad
- Viene del latín "legenda" que significa algo para ser leído
- Está ligada siempre a un elemento preciso y se centra en la integración de este elemento en el mundo cotidiano o la historia de la comunidad a la cual pertenece
- Se desarrolla habitualmente en un lugar y un tiempo preciso y real
-  Posee cualidades que le dan cierta credibilidad, pero al ser transmitidas de boca en boca, se
va modificando y mezclando con historias fantásticas.
- Es de carácter oral, es decir, es un relato hablado que se transmite tradicionalmente en un lugar, un pueblo, una población. 
- Normalmente se basan en la realidad, ya sea de una persona, de un lugar, de un fenómeno natural
- Trata de dar a conocer, de manera llamativa, las características de un pueblo, región, etc.
Hay muchas leyendas que son específicas de algún país, ciudad, región o pueblo, pero hay
otras muchas que son compartidas por todo el mundo (leyenda del Rey Arturo).



En la plaza de Orive se encuentra el palacio de los Villalones, un bello edificio de estilo renacentista, donde se sitúa una de las leyendas mas conocidas de la ciudad de Córdoba.



En este palacio vivía Don Carlos de Unciel, Corregidor de la ciudad, era viudo y tenia una hija, lista, hermosa y obediente, llamada Blanca que nunca salia sola de casa, siempre lo hacia acompañada de su dueña o de su padre.



Con motivo de la feria de la Fuensanta, padre e hija, que ya tenia 17 años, fueron hasta el santuario para tomar las aguas milagrosas del pocito y rezarle a la Virgen. En el camino se les acercó una gitana harapienta de siniestro aspecto con la intención de leerle el futuro a Blanca. La joven le demostró su repugnancia y Don Carlos, temiendo un disgusto de su hija, rechazó con energía a la gitana que al quedar desairada farfulló entre dientes:



"Ellos pagaran su orgullo con raudales de llanto que la pena les hará verter"

Nadie hizo caso de aquellas palabras que creyeron dichas por su mala educación, y volvieroPasados tres o cuatro años, llamaron a la puerta de la casa a altas horas de la noche unos judíos que venían a quejarse al Corregidor porque nadie les daba posada, pedían que él les diera cobijo aquella noche aunque fuera en el portal de su casa. Consintió Don Carlos, y la criada que había abierto la puerta le comentó a Blanca lo extraños que le parecieron aquellos huéspedes. La curiosidad las empujó a espiarlos por el ojo de la cerradura , y cual sería su sorpresa cuando vieron que sentados en corro, leían atentamente un libro a la luz de una vela amarilla y que además uno de ellos pasaba muy deprisa las cuentas de un gran rosario que llevaba al cuello. Se oyó un ruido profundo y raro, el suelo se abrió y dejó a la vista una hermosísima escalera de mármol por la que bajaron los huéspedes, que al cabo de un rato volvieron a subir acompañados de un joven que traía en las manos un cofre lleno de alhajas. El desventurado joven, que había sido enterrado en vida con sus riquezas, les suplicó que lo llevaran con ellos, hizo promesas y juramentos que de nada le sirvieron, le obligaron a bajar de nuevo la escalera. Inmediatamente apagaron la vela con la que se alumbraban y al desaparecer la luz, desapareció también el hoyo que se había abierto en el suelo, todo quedo como si nada hubiese sucedido.
A la mañana siguiente los judíos dieron las gracias al Corregidor por la generosidad con que los había hospedado y se marcharon.

Tanto Blanca como su dueña ardían en deseos de conocer el misterio de aquel joven que permanecía prisionero bajo tierra con su fabuloso tesoro. Miraron con atención todas las rendijas, oquedades y fisuras del suelo del portal y nada raro advirtieron, hasta que la dueña vio esparcidas numerosas gotas de cera desprendida de la vela encendida por los judíos. Las recogieron con cuidado todas y formaron una vela.
Esperaron que llegara la noche, y cuando todos descansaban bajaron al portal y encendieron la vela. Inmediatamente se abrió el suelo dejando ver la escalera, por la que bajaron las dos con sigilo esperando encontrar al muchacho y los tesoros pero no encontraron el menor rastro. Cuando la dueña vio que la vela se consumía, echaron a correr hacia la salida, salió la doncella, se apagó la vela, se cerró el suelo y Blanca quedó sepultada. La dueña empezó a gritar. Ante tal escándalo acudieron el Corregidor y todos los criados, que no salían de su asombro ante lo sucedido. Llamaban a Blanca que respondía con acento de dolor. El Corregidor hizo cientos de excavaciones, todas inútiles. Don Carlos pasó el resto de su vida llorando la perdida de su querida hija.



Desde entonces se oyen ruidos extraños, llantos lastimeros, susurros, y una sombra misteriosa recorre por la noches toda la casa, es Blanca que aun vaga por ella.

En la fachada del palacio, sobre la puerta, se encuentra tallado, en la piedra, un medallón que representa a una mujer con los brazos abiertos. ¿Será el mudo recuerdo a la desaparición de Doña Blanca?

El palacio de los Villalones, hoy está ocupado por la delegación de Cultura.
n a su casa como si nada hubiese pasado.




Documentación recogida de : cordobaencrucijadadeculturas.blogspot.com.es/